Los pájaros del silencio
llegaron el jueves por la tarde.
Planearon lentamente sobre los techos
de las casas y escupieron
una seda azul que envolvió
las ventanas y las puertas,
sofocando el aire que se respiraba
en los interiores.
Los primeros en callar fueron los relojes.
Los siguieron las radios y las fuentes.
Ya en la noche, todos no podían
ni querían articular palabra;
era como si el azul de la seda
se hubiera escurrido
hasta lo más recóndito de las gargantas.
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