Las uñas de Katy se ven moradas, tan moradas que pareciera las hubiera cubierto con tres capas de esmalte, y piensa que este frío inclemente podría ahorrarle el presupuesto de la manicura. Se pone los guantes y mete las manos en los bolsillos de su abrigo.
En el fondo del izquierdo siente el papel crocante de una barra de chocolate a medio comer. Piensa en lo bien que le sentaría terminarla, pero el viento helado le hace cambiar de opinión.
La esquina de Calle Siete y Segunda Avenida está parcialmente cubierta de nieve, y cruzar la calle significa saltar el charco negro de nieve derretida o caminar hasta la siguiente esquina. Las dos opciones son terroríficas.
El viento ulula entre las ramas de los árboles y miles de pequeños copos de nieve vuelan en él. Es como si alguien hubiera soplado las cenizas de una hoguera muerta. Así que cerrar los ojos es también otra acción por tomar. Cerrar los ojos y caminar hasta la siguiente esquina. El viento. La nieve ceniza. El hielo de la muerte que recorre Nueva York de arriba abajo.
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