La mía era una soledad soterrada, hipócrita. Se escondía, lasciva y ladina, entre los afectos de mis amigos, de mis amantes. Lasciva y ladina, corroía la calma y el silencio, cocinando a fuego lento un mejunje de rencor y amargura.
Así que cuando la enfrenté cara a cara, en este café en el que a nadie espero, pude darle la bienvenida y abrazarla con cariño, para que dejara de esconderse y de odiarme. Para que entendiera que la he amado desde siempre.
Santa Ana de los Cuatro Ríos de Cuenca, 9 de Abril 2010